sábado, 29 de noviembre de 2014

Las almas encarceladas de Stevenson


Cuando uno lee los cuentos de Stevenson no sabe si es posible encontrar el bien en este mundo, pero no le cabrá ninguna duda de que el diablo existe.

El Mal en estado puro asalta a los personajes, o mejor dicho, los espera. No es que ellos se sientan atraídos por el Mal, no lo buscan, pero en un momento dado toman una decisión que les conducirá hacia su encuentro, como si perdieran su libre albedrío y se vieran arrastrados por una corriente tan repulsiva como fascinante hasta desembocar en la oscuridad más absoluta. 

En ese infierno, cuyo lugar puede ser la memoria, la locura o el pecado, los personajes se quedan atrapados para siempre o, como almas encarceladas, acaban convertidos en fugitivos incapaces ya de volver a una vida normal.

“Perdóname si doy la impresión de querer enseñarte”, dice una de esas almas encarceladas en el relato Olalla, “yo que soy tan ignorante como los árboles de la montaña; pero los que aprenden muchas cosas no hacen más que arañar la superficie del conocimiento; entienden las leyes, conciben la dignidad de su propósito…, pero el horror del hecho real se esfuma de su memoria. Somos nosotros, los que nos quedamos en casa en compañía del mal, los que recordamos”

En casa en compañía del mal… el horror del hecho real... 

El mal es un presencia real en estos cuentos. Se puede tocar gracias a la habilidad de Stevenson para crear atmósferas. Frase a frase va tejiendo una malla que envuelve al lector y a los personajes hasta dejarlos frente al corazón de la historia, que nunca es sencillo ni claro, sino oscuro y melancólico como el pasional combate contra las flaquezas humanas.

***
R.L. Stevenson, de John Singer Sargent


Robert Louis Stevenson (1850 -1894) escribió mucho sobre al lado oscuro del hombre, pero nunca olvidó que lo que perseguía era la verdad. Una verdad a medias, pero verdad al fin y al cabo. En esa búsqueda había tres peligros que podían arruinar una obra de arte: la frivolidad, la falta de sinceridad y la parcialidad. Ofrecer una imagen engañosa del mundo y de la vida es una forma de inmoralidad que descalifica cualquier libro. Por eso no le gustaba nada Baudelaire y todo su "fárrago de horrores sin sentido". Tampoco sentía mucho aprecio por Edgar Allan Poe. Aunque admiraba su "increíble capacidad para adentrarse en esa cuestionable región que se extiende entre la cordura y la demencia", pensaba que su desbordante imaginación inclinaba sus relatos hacia el sensacionalismo. 

Algunas de estas opiniones están recogidas en 'Escribir. Ensayos sobre literatura', de la editorial Páginas de la Espuma, que ahora acaba de publicar los relatos de viajes de Stevenson


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